Todo empezó el día que mi madre me confundió con su hermana pequeña. O quizás había empezado mucho antes. No sé. Me resulta extraño, casi inaceptable que mi madre pierda la memoria. Pero así es, irremediablemente. Cuando la confusión ocurrió pensé que nada volvería a ser igual. Desde ese momento no he dejado de recordar. Mi niñez o mi falta de ella y mi cruda adolescencia. Siempre he pensado que, de alguna manera, estaba viviendo en un mundo prestado. Ajena a todo lo que me rodeaba. Ahora estoy dispuesta a recordarlo construyendo la memoria de mi madre.
Mi madre ha sido casi siempre una persona muy atormentada. Se sentía desgraciada en cualquier momento del día. Si perdía una tijera, rezaba una y otra vez a la Virgen o San Antonio para que apareciese. El futuro sería verdaderamente incierto si la maldita tijera no estaba. Entonces era muy pequeña pero todavía me veo buscando detrás de la máquina de coser. No guardo ni un solo recuerdo de mi madre cosiendo en ella. Creo que nunca la utilizó; un tiempo después pasó a ser un trasto más en el soberao de la casa. La tijera tenía que aparecer. Y aparecía en esa misma máquina de coser, no detrás, eso es cierto, pero debajo de cualquiera de los trapos que se ponían en los lados, donde habíamos mirado, no una, sino veinte veces. Entonces parecía que a mi madre le volvía a entrar el alma en el cuerpo. Por poco tiempo porque su existencia era siempre un sin vivir.
Mi padre era un salvaje. Rozaba la típica personalidad de un maltratador, por decirlo suavemente. Cuando entraba en casa todo se transformaba. Así que éste era otro motivo de desgracia. No comparable desde luego con la pérdida de unas tijeras. Mi padre no desaparecía fácilmente, aunque desde luego no se le caía la casa encima. Pero recuerdo que se subsistía en función de sus necesidades: ahora viene a comer, ahora a ducharse, ahora a hacer sus necesidades. Ahora trae los perros y pasa cuando el suelo está mojado, recién limpio. Mi madre sentía esa falta de respeto y la hundía aún más en sus cavilaciones desgraciadas.
La historia de las desgracias de mi madre comenzó en realidad mucho antes. He oído mil veces cómo perdió a su madre. Años después, ya de mayor, me enteré que mi abuela murió como la mayoría de mujeres de mi familia, por un infarto cerebral. Sin embargo, de pequeña estaba convencida de que se fue poco a poco, de pura tristeza. Y es que mi madre siempre contaba las cosas a medias. Decía: “Pobrecita, con lo que le hizo pasar mi padre, tenía la sangre agriada”; sobre todo cuando me quería hacer ver la suerte que yo tenía por tenerla a ella.
Una suerte que marcaba un destino.
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