El paso del tiempo

viernes, 31 de diciembre de 2010

Cuando llega la Navidad siempre experimento la misma sensación: el paso del tiempo. Cada año recuerdo otras fiestas y empiezo -¿cómo no?- por las más lejanas, las que pasaba en casa de mi tía Amparo y mi tío Rafael donde mi madre trabajaba. Me veo subiéndome en una silla para ver un inmenso Belén que hacia volar mi imaginación siglos atrás en un intento de comprender la vida de los pastorcillos o el camino de tres Reyes Magos. Me preguntaba de dónde vendrían, qué buscaban y por qué le traen al Niño Jesús oro, incienso y mirra. La verdad es que yo veía a un bebe desvalido, con mucho frío. Pensaba que le haría falta ropa y leche caliente o una de las tortillas cruditas metidas en uno de esos molletes que preparaba mi tía. Después de lucubrar un rato sobre la vida de todas las figuritas del Belén salía corriendo y buscaba algo que me sirviera de muñeco para arroparlo y mimarlo como si fuera ese Niño Jesús que a mi me parecía tan triste. No buscaba un muñeco porque tardé en tener uno, entonces a mi madre sólo le alcanzaba escasamente para darnos de comer y vestirnos. No era consciente de nada, el día sólo me alcanzaba para jugar e imaginar. Para esconderme detrás del tresillo de madera o meterme en el despacho de mi tío Juan donde una enorme máquina de escribir me llamaba a voces durante casi todo el día. Qué saben los mayores de lo que hace los niños en una casa antigua enorme y con tantos misterios. la casa de mi tía era mi castillo y lo único que tenía que hacer era evitar que los mayores supieran en cada momento donde me encontraba.

Me desvié y ahora quiero hablar de la Navidad. Después de esa primera época, mis recuerdos se centran en las vísperas. Siempre digo que de una fiesta me gusta más la víspera que el día concreto. La Navidad era para mi el olor a dulces, a cera roja, a rama de pino recién cortada y a alhucema. También a sábana limpia, a pelo recién lavado. Las calles olían a cisco y a leña, a invierno y el tiempo se paraba por unos días o, al menos, avanzaba más lentamente.

También llegó la época de la adolescencia con la emoción del primer amor que presentíamos único y eterno, el descubrimiento de un mundo más allá de la familia . En esta época llegaron las decepciones y los primeros finales, el miedo a lo desconocido y la canción: "Sacude el polvo de tu corazón, márcate un paso con la aurora. Cualquier tiempo pasado fue peor, somos más jóvenes ahora".

Una canción que hoy recuerdo con añoranza porque se acabó su luz y su verdad. El tiempo ahora corre imparable y no es mejor que el pasado. La vida se complica y ahora siento que tengo que aprovechar cada risa, cada rato de tranquilidad, cada beso, cada sobremesa, porque de pronto se rompe la rutina y el mundo que hasta ahora te ha acompañado, no es el mismo. Y la Navidad y las vísperas ya no sólo dependen de ti sino del destino. Ya no quieres imaginar una realidad mejor porque no te puedes esconder para vivirla. Ahora la mayor eres tu y ya hace tiempo que entendí que el Niño Jesús vuelve cada año en su desnudez y, a veces, cuando te paras frente al Belén para observarlo descubres un play móvil en su lugar.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Construir tu memoria

Todo empezó el día que mi madre me confundió con su hermana pequeña. O quizás había empezado mucho antes. No sé. Me resulta extraño, casi inaceptable que mi madre pierda la memoria. Pero así es, irremediablemente. Cuando la confusión ocurrió pensé que nada volvería a ser igual. Desde ese momento no he dejado de recordar. Mi niñez o mi falta de ella y mi cruda adolescencia. Siempre he pensado que, de alguna manera, estaba viviendo en un mundo prestado. Ajena a todo lo que me rodeaba. Ahora estoy dispuesta a recordarlo construyendo la memoria de mi madre.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Sólo hace falta estar vivo

Cuando era pequeña la muerte era algo lejano y ajeno como las historias de la "mano negra" con la que nos asustaban las madres para que dejáramos de llorar. Lo triste de crecer es que morirse se convierte, cada día que pasa, en aquello que puede ocurrir en cualquier momento, sin que medie ni siquiera una enfermedad o la vejez. Y nos acostumbramos a escuchar y decir la frase que oíamos a nuestros padres, tíos o vecinos: "Pa morirse, sólo hace falta estar vivo". Cuando comprendes que la muerte forma parte de la vida, con todas sus consecuencias, has abandonado definitivamente la inocencia y el mundo se convierte en un lugar incierto. Pero esta incertidumbre te empuja a vivir el momento, a pensar en más de una ocasión en que acabarás arrepintiéndote de lo que no has hecho, de los lugares donde pudiste ir, de las películas que no vistes, de los libros que no leistes o de las palabras, los abrazos y los besos que dejaste en el camino.
He oído mil veces contar muchos tipos de muerte, unas más desgraciadas que otras, unas con más sufrimiento que otras. El paso del tiempo atenúa el dolor, dicen; nos acostumbramos a vivir con él. Pero cuando te toca, con su áspera crudeza, deseas salir de ti y vivir siempre en esa otra época en la que el dolor estaba en los cuentos, en las historias de los mayores y, para olvidarlo, sólo hacia falta que te invadiera el sueño.

Para Alicia, aunque hoy nada aliviará su dolor.

martes, 16 de noviembre de 2010

Por si las moscas...

El comentario de hoy va dedicado al Sr. Puigcercos, este político catalán que no conoce Andalucía ni le interesa. Lo publico en este blog por si las moscas, es decir, por si no aceptan publicarlo en el suyo que es donde originariamente lo escribí:

Sr. Puigcercos he contado hasta mil o más antes de contestarle. Y, después, he seguido contando. No sé de verdad qué es lo que pretendía cuando ha hecho esa afirmación sobre los andaluces porque creo que, si dice la verdad, qué tontos deben sentirse los catalanes acostumbrados siempre a ser los listos de la película. Y, si su afirmación es mentira, qué frustración debe sentir usted y quienes piensan lo mismo por su ignorancia.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Otoño, otoño, otoño.

Cuando era pequeña, septiembre era como un nuevo comienzo. En este mes, la luz se vuelve traslúcida, el cielo parece recién pintado de azul, azul intenso. Es como si estuviera más cerca, el cielo, me refiero. Pero de todos los elementos que me hacen recordar septiembre, hay uno que me traslada a este mes: el olor de una olla express en funcionamiento, es decir, el olor a cocido, puchero, potaje, a la hora de la merienda. Sí, porque un potaje por la mañana no huele igual que por la tarde, o, al menos, a mi me parece diferente. Y es que en mi pueblo, septiembre era el mes del comienzo de la recogida de aceituna y el ritmo del día cambiaba por completo. Las mañanas era silenciosas, hasta el movimiento de los coches, de la gente, se ralentizaba. Todo se trasladaba a las tardes. Ahora se sigue recogiendo la aceituna pero todo ha cambiado. Casi no huele a comida en la merienda; por las mañanas la gente fluye dando vida a las calles y los "cogeores" vuelven antes de comer. Se acabaron las jornadas maratonianas en las que se trabajaba hasta las cinco de la tarde en el tajo. Así llegaba el otoño en mis recuerdos; septiembre acababa casi sin verlo y el frío entraba un buen día, cuando el alma pedía a gritos que las tardes se acortaran y los hogares se volvieran el refugio de nuestra memoria. Otoño, otoño, otoño.

viernes, 22 de octubre de 2010

Contar historias

Hace tiempo me ronda por la cabeza una historia a la que no soy capaz de darle forma. Hay días que se hace grande en mi interior y casi llego a contarla en voz alta. Normalmente coincide con la noche y siempre con las horas más bajas de ánimo. No sé donde escuché que, para escribir una buena historia, hacia falta haber sufrido mucho. Lo cierto es que cuando una llega al fondo o, mejor dicho, cuando está intentando atagarrar hacia la superficie, es cuando la voz interior te atrapa, te coge por el cuello y hay momentos en los que no se puede respirar. Sin embargo, a pesar de todas oportunidades, yo misma me pogo una y otra vez trabas para no comenzar o, mejor dicho, para no proseguir. El inicio está en un archivo de mi ordenador. Lo cierto es que, cuando me enfrento a esa página, siempre pienso que necesito leer más, sentir más, observar más y aprender más. Y lo peor es que cuanto más aprendo, más leo y más siento, más me niego la posibilidad de escribir mi historia. Es miedo, pudor, inseguridad. No lo sé. Por esa razón he tardado tanto en volver a entrar en este blog. Ahora estoy aquí para acabar con las razones de este "no escribir". Y porque hacerlo siempre me ha dado vida. Escibrir, en positivo, es la palabra de hoy.

domingo, 3 de octubre de 2010

Buscando palabras...

Empiezo este blog y se me aturullan las palabras en la cabeza. Es como si yo misma me estuviese poniendo impedimentos para hablar o, mejor dicho, para escribir. Y es extraño porque ojalá hubiese tenido a mi disposición -desde que comencé a conocer el mundo de las palabras- este medio para plasmar pensamientos y vivencias. ¡Cuánto habré hablado conmigo misma Dios mío! Desde pequeña tengo esa sana costumbre, que empeora con el tiempo claro está. A veces no me bastaba con pensar y expresarlo con mi voz interna, así que cogía boli y papel y escribía, simplemente por el placer de hacerlo. Cuando tocaba llorar con lo escrito, lloraba. Pero pocos placeres en mi vida han sido tan constantes, tan duraderos y tan míos. Por eso quiero en este blog rendir homenaje a las palabras. Precisamente ayer fui al cine a ver Come, reza y ama, y la protagonista de la película decía que todos tenemos una palabra que nos identifica, nos menciona o va pegada a nuestro ser. A mi me gusta muchas palabras, no sé si podría reducir a una mi ser. No obstante, me he propuesto que, cada vez que entre en mi blog, nombraré una. Hoy le toca el turno a una palabra que conocí durante el primer año de carrera y que me trae muy buenos recuerdos. Sí, no siempre se puede decir que una sola palabra te traiga recuerdos. Y menos aún que sea entrañables. Verbigracia es hoy mi palabra, que da título a este blog, por cierto. Fue también el título de una revista publicada por una generación de periodistas que nació en el Centro de Profesiones de Sevilla en 1985. Un día de estos hablaré de ellos. Por hoy es suficiente.