El paso del tiempo

lunes, 22 de noviembre de 2010

Construir tu memoria

Todo empezó el día que mi madre me confundió con su hermana pequeña. O quizás había empezado mucho antes. No sé. Me resulta extraño, casi inaceptable que mi madre pierda la memoria. Pero así es, irremediablemente. Cuando la confusión ocurrió pensé que nada volvería a ser igual. Desde ese momento no he dejado de recordar. Mi niñez o mi falta de ella y mi cruda adolescencia. Siempre he pensado que, de alguna manera, estaba viviendo en un mundo prestado. Ajena a todo lo que me rodeaba. Ahora estoy dispuesta a recordarlo construyendo la memoria de mi madre.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Sólo hace falta estar vivo

Cuando era pequeña la muerte era algo lejano y ajeno como las historias de la "mano negra" con la que nos asustaban las madres para que dejáramos de llorar. Lo triste de crecer es que morirse se convierte, cada día que pasa, en aquello que puede ocurrir en cualquier momento, sin que medie ni siquiera una enfermedad o la vejez. Y nos acostumbramos a escuchar y decir la frase que oíamos a nuestros padres, tíos o vecinos: "Pa morirse, sólo hace falta estar vivo". Cuando comprendes que la muerte forma parte de la vida, con todas sus consecuencias, has abandonado definitivamente la inocencia y el mundo se convierte en un lugar incierto. Pero esta incertidumbre te empuja a vivir el momento, a pensar en más de una ocasión en que acabarás arrepintiéndote de lo que no has hecho, de los lugares donde pudiste ir, de las películas que no vistes, de los libros que no leistes o de las palabras, los abrazos y los besos que dejaste en el camino.
He oído mil veces contar muchos tipos de muerte, unas más desgraciadas que otras, unas con más sufrimiento que otras. El paso del tiempo atenúa el dolor, dicen; nos acostumbramos a vivir con él. Pero cuando te toca, con su áspera crudeza, deseas salir de ti y vivir siempre en esa otra época en la que el dolor estaba en los cuentos, en las historias de los mayores y, para olvidarlo, sólo hacia falta que te invadiera el sueño.

Para Alicia, aunque hoy nada aliviará su dolor.

martes, 16 de noviembre de 2010

Por si las moscas...

El comentario de hoy va dedicado al Sr. Puigcercos, este político catalán que no conoce Andalucía ni le interesa. Lo publico en este blog por si las moscas, es decir, por si no aceptan publicarlo en el suyo que es donde originariamente lo escribí:

Sr. Puigcercos he contado hasta mil o más antes de contestarle. Y, después, he seguido contando. No sé de verdad qué es lo que pretendía cuando ha hecho esa afirmación sobre los andaluces porque creo que, si dice la verdad, qué tontos deben sentirse los catalanes acostumbrados siempre a ser los listos de la película. Y, si su afirmación es mentira, qué frustración debe sentir usted y quienes piensan lo mismo por su ignorancia.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Otoño, otoño, otoño.

Cuando era pequeña, septiembre era como un nuevo comienzo. En este mes, la luz se vuelve traslúcida, el cielo parece recién pintado de azul, azul intenso. Es como si estuviera más cerca, el cielo, me refiero. Pero de todos los elementos que me hacen recordar septiembre, hay uno que me traslada a este mes: el olor de una olla express en funcionamiento, es decir, el olor a cocido, puchero, potaje, a la hora de la merienda. Sí, porque un potaje por la mañana no huele igual que por la tarde, o, al menos, a mi me parece diferente. Y es que en mi pueblo, septiembre era el mes del comienzo de la recogida de aceituna y el ritmo del día cambiaba por completo. Las mañanas era silenciosas, hasta el movimiento de los coches, de la gente, se ralentizaba. Todo se trasladaba a las tardes. Ahora se sigue recogiendo la aceituna pero todo ha cambiado. Casi no huele a comida en la merienda; por las mañanas la gente fluye dando vida a las calles y los "cogeores" vuelven antes de comer. Se acabaron las jornadas maratonianas en las que se trabajaba hasta las cinco de la tarde en el tajo. Así llegaba el otoño en mis recuerdos; septiembre acababa casi sin verlo y el frío entraba un buen día, cuando el alma pedía a gritos que las tardes se acortaran y los hogares se volvieran el refugio de nuestra memoria. Otoño, otoño, otoño.