El paso del tiempo

miércoles, 19 de octubre de 2011

Sobre las nubes

Nubes. He cambiado la foto de entrada porque aquí el otoño no acaba de llegar. Puede que sirva de conjuro y nos traiga un poco de frescor, ya lo estamos necesitando. Y es que, aunque no es el primer año que ocurre, no acabamos de acostumbrarnos a comernos las castañas cuando aún hace color, ni siquiera aquí en el Sur.

Con las estaciones me pasa como con el devenir diario. Cuando espero algo, si no llega, me decepciono, paso el rato como si una tarde de domingo se tratara. Las tardes de domingo sólo son la antesala del comienzo de la semana, deja de existir el día de fiesta y entra en un compás de espera cuya sensación no desaparece hasta bien entrado el lunes. Son decepcionantes.

Fotos mías un día de principios de septiembre


Me desvié del tema. Decía que me gustan las estaciones, el cambio. No sé si es la costumbre, los recuerdos o el alma inquieta. Conozco a unos cuantos canarios y he descubierto que tienen un carácter muy monótono, como si les faltar pasión. Y estoy convencida de que el carácter viene de la mano del clima, sobre todo desde que viví en Asturias.

Ayyyyyy Asturias! Allí me volví más seria, más triste. No miraba al cielo, me cansé de no ver la luz azul durante meses. Sin embargo, reconozco que después he echado mucho de menos esos días. Hasta ese tiempo, el recogimiento, la lluvia. Hace poco fui a Santiago de Compostela (la segunda vez), a principios de septiembre. Cuando me bajé del avión todos estos recuerdos se me echaron encima después de tantos años. Y todo por el tiempo, el olor, el aire. Hasta tal punto que llegué a afirmar que si algún día tuviera la oportunidad, dividiría mi vida entre el invierno del Norte y la primavera-verano del Sur.

Allí era todo lo contrario, el que se hacia esperar era el verano, han sido los inviernos más largos de mi vida. El frío impregnaba mi alma pero tenía una fuerza aquella tierra... Cuando me viene la añoranza, cierro los ojos y veo una playa en el mes de noviembre, una casa con una cocina de carbón, una anciana encantadora ofreciéndome calor. También veo un faro (Peñas), un acantilado, los percebes, un mar de verdad, fuerte y frío, temperamental.

Cuando eres joven y piensas que la vida seguirá por mucho tiempo; cuando todavía no te ha asaltado la certidumbre de que todo puede terminar en cualquier momento; cuando todavía no has visto morir a alguien que jugó contigo en el colegio o en el zardiné de tu casa; cuando no conoces una palabra tan fea como es alzheimer. Sólo entonces puedes dejar pasar la vida sin aprovechar cada minuto, oler la sal y la humedad, el chorizo ahumado, la hierba "orballada", el mar invernal, la lavanda de una casa que fue un poco tuya.

Y a estas alturas todo queda reducido a la añoranza. Lo dicho, un alma inquieta.