El paso del tiempo

lunes, 1 de noviembre de 2010

Otoño, otoño, otoño.

Cuando era pequeña, septiembre era como un nuevo comienzo. En este mes, la luz se vuelve traslúcida, el cielo parece recién pintado de azul, azul intenso. Es como si estuviera más cerca, el cielo, me refiero. Pero de todos los elementos que me hacen recordar septiembre, hay uno que me traslada a este mes: el olor de una olla express en funcionamiento, es decir, el olor a cocido, puchero, potaje, a la hora de la merienda. Sí, porque un potaje por la mañana no huele igual que por la tarde, o, al menos, a mi me parece diferente. Y es que en mi pueblo, septiembre era el mes del comienzo de la recogida de aceituna y el ritmo del día cambiaba por completo. Las mañanas era silenciosas, hasta el movimiento de los coches, de la gente, se ralentizaba. Todo se trasladaba a las tardes. Ahora se sigue recogiendo la aceituna pero todo ha cambiado. Casi no huele a comida en la merienda; por las mañanas la gente fluye dando vida a las calles y los "cogeores" vuelven antes de comer. Se acabaron las jornadas maratonianas en las que se trabajaba hasta las cinco de la tarde en el tajo. Así llegaba el otoño en mis recuerdos; septiembre acababa casi sin verlo y el frío entraba un buen día, cuando el alma pedía a gritos que las tardes se acortaran y los hogares se volvieran el refugio de nuestra memoria. Otoño, otoño, otoño.