El paso del tiempo

domingo, 27 de mayo de 2012

Un mensaje para quienes creen que no escribo

No paran de llegarme mensaje a través del correo porque echan de menos mis palabras en este blog. Sólo quisiera decirles que no paro de escribir en todo el día solo que ahora lo hago acercándome a la realidad pura y dura y no a los sentimientos o pensamientos. Por eso les dejo un enlace para que comprueben por qué cuando llega esta hora, son la una y media de la madrugada, hora en la que acabo con la realidad, no tengo cuerpo ni corazón para seguir. Sobre todo porque a las seis de la mañana vuelvo a ponerme en marcha y cojo carretera para mi trabajo de mañana. 
Pronto volveré, espero, a tener tiempo para pensar y entonces retomaré este blog. Mientras tanto tengan paciencia, les recompensaré. 

www.arahalinformacion.es

domingo, 12 de febrero de 2012

¿Cómo se pueden envolver las palabras?

Esta entrada es un regalo. No lleva lazos ni papel bonito. ¿Cómo se pueden envolver las palabras? 

Hace años yo vivía lejos. En aquellos tiempos todo era posible. El futuro estaba pasando, los sueños se  cumplían. Yo estaba lejos de todo lo que atenazaba mi alma. Cargaba con toda la ingenuidad posible y actuaba con naturalidad, algo de timidez, aunque intentaba que no se notará. El día a día era siempre una aventura y cuando llegaba a casa, una casa de adopción, me sentía relajada, tranquila, rodeada de muestras de cariño. Pero, sobre todo, sentía por primera vez que un hogar no tenía por qué significar presión, exigencia, malos pensamientos, incomprensión, dolorosas palabras. Durante días esperé la segunda parte, busqué el reverso de esta nueva situación. Lo busqué en las palabras, en los gestos, en las miradas, en comentarios oídos a destiempo. Y no hallé nada. Miento, casi nada.
Poco a poco me fui relajando en ese nuevo hogar. Encontré lo que no había venido a buscar: que alguien me quisiera de verdad tal como era. No pretendía sustituir a nadie (aquí está el casi nada), ni siquiera hacerme un hueco, sólo quería vivir en libertad y hacer lo que más me gustaba: escribir. En mis pensamientos nunca estuvo sustituir a mi familia, simplemente quería ser libre, sin ataderos sentimentales más que los precisos. En mi estaba agazapado el temor a una nueva desilusión, a no encajar, a que mi presencia fuese sólo un vacío o no fuese nada. A que de nuevo no se me tuviera en cuenta.

Sin embargo no fue así. Nadie me preguntó nada sobre mis miedos, pero me dejaron convivir sin nombrarlos, aceptando con naturalidad mi presencia física y de contenido. Hicieron que fuera parte de una familia sin utilizar grandes gestos: sentían alegría cuando oían mi voz al entrar, me esperaban para comer, cocinaban platos que me gustaban, me preguntan cómo me había ido el día y cuál era el reportaje que me había tocado escribir. Sin estridencias. Nunca me ignoraron. 

Eso fue lo más doloroso de la despedida. Perdí lo que nunca había tenido, perdí una familia que no había buscado, que no me había venido impuesta. Pocas veces el destino me dio algo con tanta facilidad, algo por lo que no luché con esfuerzo. Quizás por eso lo perdí. 

Tanto tiempo después he conseguido escribir lo que sentí hace casi 20 años. Y envolverlo con palabras para Teresa, como si de un regalo se tratara. Por su cumpleaños, con un poco de retraso.


Esta foto es un regalo de mi amigo Alberto Reina. Me lo hizo para incentivar mi inspiración. Y ha resultado. Gracias.

sábado, 4 de febrero de 2012

El hilo de la vida

Para una persona como yo, con un sentido del ridículo más desarrollado de lo normal, contar parte de mis sentimientos es una prueba que me hago a mi misma. Este blog sólo ha sido desde el primer momento una forma de calmar mis ansiedades, por eso no suelo darlo a conocer. Aunque sus páginas no recojan entradas, no significa que mi alma esté tranquila, es sólo que mi actividad es demasiado frenética para pararme y pensar. Cuando lo hago, simplemente me duermo.


Llevo varios días dándole vueltas a un pensamiento. Hay varias personas que siguen este blog, que echan de menos mis palabras. Ojalá estuvieran cerca para que vieran por sí mismas cuál es la profundidad de mis ojos y cómo a veces hasta la voz la tengo cansada. Por su ausencia física hoy voy a darle rienda suelta a esta idea que ronronea a mi lado como si de un gato mimoso se tratase. 

Nunca en este portal he hablado de mi hijo, el primero. Se llama Salvador, como su padre. Vino al mundo cuando yo tenía 30 años. Es verdad, debo decirlo, que hasta entonces el sentido de la maternidad parecía extirpado de mis pensamientos. Pero sin más, entró y tanto pensaba en cómo sería antes siquiera de concebirlo que, incluso, soñé una noche con él. Recuerdo con precisión que era una bebé muy moreno y con grandes ojos. Estas características tampoco me eran extrañas porque de pequeña yo era así. 

Desde hace un tiempo soy consciente de que la empatía no es un sentimiento efectivo en todas las situaciones. Puedes tener mucha voluntad e intentar ponerte en el lugar de tus amigos, de tu pareja, de tu vecino, pero cuando se trata de determinadas situaciones, ésto, simplemente, es imposible. Nadie que no haya tenido hijos puede ni siquiera imaginar qué se siente cuando llega el primero (segundo o tercero...). Pero especialmente el primero. Yo sentí ahogo cuando vi la primera vez a Salva. Creí que era el efecto de la anestesia, de la situación (nació por cesárea). No, fue la emoción, nada desde entonces se ha igualado a esa sensación. Y también sentí mucho miedo, un miedo profundo, irracional, a todo. 

Cuando me lo pusieron en el pecho abrió unos ojos inmensos y me miró, pensé que no podría resistirlo. Quería tocarlo, besarlo, que mi piel estuviese siempre en contacto con la suya. Nada en este mundo era tan importante como aquel ser pequeño que sólo minutos antes se movía como un bicho en mi vientre. Y tenía el pelo muy negro, tal como yo lo había visto en mis sueños. Desde entonces, se convirtió en el centro de todos mis miedos. Hasta el punto de que un mes después, una enfermera me lo arrancó de los brazos para ingresarlo y no fui capaz de entender cómo el aire no me bastaba para seguir adelante. No. No hay relatividad que valga con un sentimiento así, no puedes pensar que hay cosas más malas que despegarte, sólo físicamente por un rato, de una pequeña personita que ha cambiado tu vida hasta convertirte en su esclava. Por eso la empatía es imposible en estos casos, y ni pensar quiero en otros.

Salva se ha hecho esperar siempre. Desde que nació el mundo se ha adaptado a él porque es imposible lo contrario. Ha creado un espacio a su alrededor que hay que respetar. Él siempre entra en el tuyo, agachando la cabeza, como si pidiera permiso. Puede ser tremendamente hablador en determinadas ocasiones (tengo una amiga que desde pequeño le llama el blablabla) pero habla más consigo mismo. Y siempre pienso que ojalá nunca se le meta en la cabeza nada malo para su vida porque es muy difícil de convencer. Por suerte, hasta ahora, es la sensatez personificada. Podría hablar durante horas, contar miles de anécdotas de su existencia. Yo siempre estuve ahí. Poco a poco voy soltando amarras y cada paso que él da hacia delante, mi interior se queda un poco más solo. Entiendo que es ley de vida y yo hago todo lo posible por empujarlo, darle alas y hacerle saber que siempre, siempre, estaré, incluso cuando ya no esté físicamente sólo tendrá que cerrar los ojos y mirar hacia dentro de sí mismo. 

Por muy alto y lejos que vuele, el hilo de su vida siempre estará enganchado al hilo de la mía.

Para mi hijo, Salva.



Salva tiene dos aficiones: seguir al Barcelona (aunque no juega al fútbol) y, sobre todo, viajar. Por eso estas fotos en el campo de su equipo y en las ruinas de Cartago en Túnez.


miércoles, 11 de enero de 2012

Muerte que habla de vida

Conocí a una persona que cuando le preguntabas "¿qué tal?" te respondía "aquí estamos porque Dios es bueno y nos tiene vivos". Pues Dios hoy ha sido malo o mejor dicho lo fue ayer.


La muerte cuando se vive de cerca te habla de vida. Porque siempre acabas viendo a esa persona subiendo por una calle, recién peinada, con una mano en el bolsillo y el paso ligero. O apoyado en la barra de un bar, con el semblante pensativo, como si el mundo no fuera con él. Sin esfuerzo oyes su voz, el gesto que ponía cuando miraba de frente al sol.

Otras veces la muerte te habla de vida al entrar en una casa, da igual que ahora la vivienda esté cambiada, que el patio haya quedado reducido al nombre, que las paredes no lleven el papel de flores o haya desaparecido el aljibe, las aspidistras, las cintas o una escalera de paso altos y ladrillos de barro. Tú sigues viéndolos porque pertenecen a tu vida.

Los ves en las "alegrías" de una tostada, en el olor a Madera de Oriente, en los sonidos de un patinillo, en unas manos nudosas, en una sonrisa. Son demasiadas sensaciones que tu propia muerte te arrebatará, nunca la de los demás. O quizás el tiempo que engaña a la memoria y, a veces, se tuerce por una enfermedad o simplemente se olvida de que la vida es la única capaz de luchar, por momentos, contra la tristeza de desaparecer.

Para Antonio que se fue tal como vivía, sin armar ruido.


domingo, 1 de enero de 2012

El mundo de Andrea y su Magia

"Había una vez una niña de 6 años que un día hizo un descubrimiento. Era Navidad, pronto llegarían los Reyes Magos y ella llevaba días escribiendo y escribiendo cartas para sus Majestades. Se pasaba el día pensando qué dibujo les gustaría, qué palabras debería escoger para que supiesen de su existencia.

Andrea era una niña muy despierta que se entretenía oyendo las conversaciones de los mayores. Este año la palabra que más había sonado era "crisis". No sabía muy bien qué significaba pero no debía ser nada bueno porque cuando surgía estaba rodeada de otras  palabras más feas, que sonaban tristes, dinero, economía. Los mayores se preguntaban unos a otros cómo iba la "cosa". Ella sentía que debían prohibir hablar de la "cosa".

Un día, mientras escribía la última aventura vivida en el colegio, escuchó que este año no había dinero para los Reyes. Entonces sintió un crujido extraño dentro del pecho, todos sus sentidos se pusieron en alerta. ¿Los Reyes? ¿dinero? ¿Qué relación tenían? Sus Reyes eran Magos, Magos de Oriente, un lugar que nunca vio en los anuncios, ni en los escaparates de ningún centro comercial. Oriente era un lugar muy lejano, donde sólo se podía llegar en sueños.

Cómo volvería al colegio, cómo podría jugar con sus amigos sin contarle ese gran secreto que ahogaba su alma. Ellos no sabían que entre la Magia y la Ilusión había crecido un gran monstruo cuyos tentáculos se extendían por las calles, por los bares, por los colegios, por los parques. Ella tenía que contárselo a sus compañeros de la forma que mejor sabía: escribiendo.

Fue entonces cuando escribió una larga carta a María. Era un buen comienzo, su amiga vivía en el mundo que hasta hace muy poco ella había habitado,el mundo de la niñez y sólo ella podría atraerla de nuevo a ese mundo de donde nunca debía haber salido.

La carta empezaba diciendo: "María tengo que contarte un secreto de mis padres. Los Reyes Magos no existen, son ellos los que con dinero compran los juguetes y nos los ponen. Este año no tienen dinero y los Reyes dejarán de existir". María no creyó en ningún momento lo que Andrea le decía porque pensaba que el dinero era algo del mundo de los mayores, que sólo ellos entendían. Los Reyes Magos estaban en Oriente, ya de camino y lo único que debían hacer ellas era portarse muy bien y creer, sobre todo creer.

Andrea escuchó a su amiga y el nudo de su alma comenzó a aflojarse. Cerró los ojos y pensó en la Navidad. Cuando salió del colegio allí estaba su madre. Esa noche el Rey Baltasar acompañado de una paje recogería la carta de los niños y niñas que quisieran verlo. No estaba segura todavía de si valdría la pena ir y escuchó lo que su madre le dijo: "No seré yo quién te diga qué debes o no debes creer, pero sí te aseguro que si no lo haces, si a lo largo de tu vida no crees en algo, no recibirás nada y serás muy infeliz".

Andrea pensó que escribiendo era la única forma de llegar a despejar sus dudas. Cuando llegó a su casa, se encerró en la habitación y escribió y escribió hasta que le dolió la mano, hasta que se quedó sin papel, hasta que la tarde dio paso a la noche. Sus palabras comenzaron hablando de las dudas, de la congoja, del desaliento y se convirtieron poco a poco en un recuerdo sobre algo incierto en lo que no valía la pena ni pensar. Era como taparse los oídos cuando un ruído molestaba. Los Reyes Magos estaban a punto de llegar y hablaban alto y claro. En el mundo de la Magia, la duda no existía porque cuando eres niño o niña los ojos están abierto como platos y no hay lugar para los engaños, sólo para la ilusión.

Entonces, Andrea decidió que nada impediría que esa tarde le llevase su carta a los Reyes Magos, ni si quiera el olvido. Para escribir sólo hace falta un boli y medio folio de papel prestado, un banco donde apoyarse y tener toda la vida por delante."

Para Andrea: Pase lo que pase, nunca pierdas tu inocencia.

martes, 27 de diciembre de 2011

Espítiru viajero












Siempre tuve espíritu viajero. Cuando era pequeña no conseguía imaginarme viviendo en el mismo lugar, en el mismo barrio. La edad me ha dado calma, sigo soñando que estoy en otra piel y cada día reinvento mi existencia muy lejos. Ni siquiera la Navidad me proporciona otro tipo de añoranza, de la que siente todo el mundo sobre su niñez. Alguna vez los recuerdos de cuando era pequeña me han asaltado donde menos lo esperaba. Pero dura poco. Sé que es sólo mi diatriba mental, me gusta zascandilear por cualquier lugar del mundo, con mi imaginación. Siempre he preferido inventar un mundo nuevo, que no comparto con nadie. Estas fotos son de un viaje cercano, cuando me alejo de verdad de todo, no sólo imaginariamente. En los países que visito me gusta soñar con los lugares que habitan otras personas. ¿Querrán estar en mi lugar también esas personas? 

martes, 22 de noviembre de 2011

Saber contar


Otoño en la Sierra

Foto: Carmen.

Hace unos días vi una película de esas que muerden la inspiración. Era una historia dura contada de una forma muy sencilla, como suelen contarse las mejores historias. La clave está en oír como alguien empieza a contarla. La películas que más me gusta empiezan igual, desde ese momento ya me enganchan, al igual que un buen libro.

García Márquez dice que saber contar es un don, o se nace con él o puedes aprender a escribir más o menos bien pero nunca sabrás contar. Hay gente que sin saber leer y escribir, sabe contar. Sabe unir una palabra detrás de otra, una frase detrás de otra, marcando un ritmo que mantiene en vilo al que escucha la historia, lo sumerge en sus entresijos y de pronto, como si de magia se tratase, se ve envuelto por el ambiente del personaje principal. Los relatos se repiten en tu mente después y piensas cómo el autor ha llegado a la misma conclusión que tú, cómo sabe tus pensamientos más íntimos, cómo ha definido con tanta exactitud momentos de tu propia vida.

Pues la última película que he visto es de ese tipo. En una de las secuencias, uno de los personajes secundarios dice a uno de los protagonistas: "El valor, a veces, se salta una generación". Esta es hoy la palabra: Valor.